“El bicho raro
apareció un día como otros días, en la plaza de la vuelta de la ciudad
importante justo a la hora en que Anastasio, como siempre, rastrillaba el
arenero. El bicho raro miraba con sus ojos rosados desde abajo de una hamaca. Era
verdaderamente raro, sin chiste. Tenía una gran cabezota llena de rulos y
bigotes muy lacios…”
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